¿Alguna vez has escuchado a mujeres decir
que una mujer es la primera enemiga de otra mujer?
Yo sí.
Y toneladas de veces en mi vida.
Pero… ¿qué hace que una mujer sea enemiga de otra?
¿La rivalidad?
¿La competencia?
¿Los celos?
¿La esencia misma de la persona?
¿O es algo más bien natural?
La enemistad entre mujeres —y más aún comparada con la de los hombres—
no nace solo de las circunstancias sociales.
En el mundo de mi cabeza,
proviene desde la misma existencia de Dios.
¿Y qué quiero decir con esto?
Sencillo:
si Dios es el Todo y está en todos,
entonces esa rivalidad no es otra cosa
que una chispa divina expresándose en contraste.
Nuestra mente la etiqueta como negativa,
pero en esencia es parte de lo que somos.
El sentimiento existe.
Lo importante es: ¿qué proyectas?
¿Proyectas odio, rencor, muerte?
¿O proyectas deseo de superación,
ejemplo,
o simplemente la experiencia de esa esencia en particular?
La enemistad está en todas partes:
el panadero de la esquina contra el que vende en la acera,
el rico frente al pobre,
el que se ejercita contra el que es más fuerte,
el compañero popular por sus chistes
contra el que obtiene las mejores calificaciones.
Incluso entre leonas se compite
por ver quién es la mejor cazadora.
No te confundas:
quedarte callada,
mirar de reojo,
o escuchar a quienes hablan a boca suelta
no te libra de caer en esa esencia.
Porque mientras guardas silencio…
¿qué piensas?
¿Te seduce enemistarte con esa persona?
¿O con quien destila enemistad?
Entonces, ¿qué hacer?
Fácil:
contrarrestar el sentimiento.
Buscarle el lado bueno.
Preguntarte qué es lo que realmente te causa incomodidad:
¿Su posición?
¿Su vestimenta?
¿Su manera de hablar?
¿O es que esa persona está, de verdad,
arropada en la maldad?
Muchas enemistades son secretas,
sin razón.
Y al hacerlo, insultamos
a otro ser con la misma esencia de Dios,
pero vibrando en otra frecuencia.
Sé tú.
Sé libre.
Sé esa pieza única y original.
Seas lo que seas,
eres parte del Todo.
